Los obreros de la viña

July 27, 2017

Justo antes de entrar a Jerusalén aquel primer Domingo de Ramos, Jesús narró una parábola muy interesante. Ésta a veces es conocida como “la parábola de los obreros de la viña” (Mateo 20:1-16).

Usted recuerda lo que dice: El propietario de un terreno contrata a unos obreros para su viña a las 6:00 a.m., prometiéndoles que les daría la paga acostumbrada de un día de trabajo. Luego contrató más obreros a las 9, al mediodía, a las 3 y a las 5:00 p.m. Cuando tenrminó el día de trabajo, el propietario pagó a todos los obreros, comenzando con los que fueron contratados de último. Como era de esperar, éstos recibieron la paga de un día. Los que fueron contratados primero que habían trabajado todo el día recibieron exactamente la misma paga, y esto no les gustó.

“Por eso cuando llegaron los que fueron contratados primero, esperaban que recibirían más. Pero cada uno de ellos recibió también la paga de un día. Al recibirla, comenzaron a murmurar contra el propietario. ‘Estos que fueron los últimos en ser contratados trabajaron una sola hora –dijeron–, y usted los ha tratado como a nosotros que hemos soportado el peso del trabajo y el calor del día’” (versículos 10-12). ¡No es justo!

Las parabolas de Jesús tienen el propósito de sacudirnos un poco. Con frecuencia hay un giro que nos sorprende y nos pone a pensar. Pero es difícil encontrarle lógica a esta parábola; y qué decir de la buena nueva. ¿Cuál es el punto? ¿Y qué sentido tiene trabajar todo el día y sólo recibir la misma paga que los que llegaron de último?

Un momento de confesión aquí: yo siempre me identifico con los obreros que trabajaron todo el día. Soy de las personas meticulosas. Trabajo y pago mis impuestos y voy a la iglesia y apoyo la radio pública y compro las galletas de las Girl Scouts (Muchachas Guías). Pongo la señal de giro y doy paso al carro frente a mí para que entre al tráfico. Soy noble con los animales, y nunca quito las etiquetas de los muebles que dicen: “No quite esta etiqueta”.

¿Son los depravados y los holgazanes iguales a mí ante los ojos de Dios?

Mi reacción dice mucho. Estoy haciendo varias supusiciones—que soy merecedora, que otras personas no son merecedoras, y que Dios opera según mis estándares de imparcialidad y justicia. No me parece contradictorio que yo regularmente confiese que “soy cautiva del pecado y no me puedo liberar a mí misma” y que al mismo tiempo me considere un modelo de virtud.

Realmente hieren las palabras del propietario del terreno cuando dice: ¿Es que no tengo derecho a hacer lo que quiera con mi dinero? ¿O te da envidia de que yo sea generoso? (versículo 15). Sí, me da envidia y estoy molesta. La economía de Jesús no tiene sentido. Esta no es manera de llevar un negocio.

Me consuela un poco el hecho de que no estoy sola. Muchos de nosostros nos identificamos con los primeros obreros y esperamos crédito extra por nuestro buen trabajo. Si esto no fuera cierto, Jesús no habría dicho esta parabola. ¡Qué exraño!—yo predico acerca de la gracia y no me gusta. ¡Ah! gracia para mí está bien, pero no para los que no la merecen.

La gracia no es algo que merecemos o nos ganamos o por lo cual podemos trabajar. Todos nosotros somos totalmente dependientes de la misericordia de Dios, y Él es muy abundante en misericordia.

¡Ups! Ese es el punto. La gracia no es algo que merecemos o nos ganamos o por lo cual podemos trabajar. Todos nosotros somos totalmente dependientes de la misericordia de Dios, y Él es muy abundante en misericordia. La gracia que todos los obreros recibieron—los que trabajaron todo el día y los que trabajaron una hora—es que todos obtuvieron un trabajo, no por su esfuerzo sino, por la generosidad del propietario del terreno. La gracia que recibimos es que Dios nos amó primero.

“Cuando aún éramos débiles…siendo aún pecadores…siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Romanos 5:6-10 RVR 1960). El trabajar duro no hace que Dios nos ame más.

Esta es la buena nueva de esta parábola: Dios nos ha llamado a una relación por medio de Cristo, al amor íntimo y profundo de Dios. Si algunos de nosotros somos bendecidos por saber esto durante toda nuestra vida, demos gracias. Si algunos llegan a saber esto a última hora, gocémonos. La respuesta distinguida a esta gracia es que los primeros se llenen de alegría por los últimos.

 

Mensaje mensual de la obispa presidente de la Iglesia Evangélica Luterana en América.

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