Tenemos una opción
May 5, 2022Hace poco estaba hojeando mi diario de trabajo, y noté la fecha en que mis entradas se detuvieron: 19 de marzo de 2020. La semana siguiente, el personal de toda la iglesia con sede en Chicago comenzó a refugiarse en su propio lugar. Recuerdo que cambié los imanes que había en el tablero de asistencia de la Oficina de la Obispa Presidente al indicador con la palabra “afuera” en el caso de todos nosotros, y me pregunté cuándo regresaríamos, o si íbamos a regresar.
En los primeros días de la pandemia había confusión, incertidumbre y algo de temor. Pero también había una sensación de aventura en lo que me abastecía de productos secos (no harina ni levadura) y colocaba una provisión de frijoles secos y lentejas (los que todavía tengo —me pregunto si puedo usarlos como pesas para pasteles). ¿Cuánto tiempo podría durar esto? Era como un día de nieve a nivel global. Hasta que ya no lo fue.
Al poco tiempo comenzamos a estar conscientes de la realidad. El número de infecciones, hospitalizaciones y muertes comenzó a aumentar. El personal de los hospitales estaba abrumado. Todos nos esforzamos por “aplanar la curva”, con la esperanza de que suficientes de nosotros nos mantuviéramos fuera del hospital, para que hubiera suficientes camas y ventiladores para los más enfermos. El equipo de protección personal escaseaba. El espacio en las morgues estaba lleno, y hubo que traer camiones refrigerados para satisfacer la grave demanda.
Se suspendieron las reuniones grandes. Nuestras congregaciones tuvieron que adaptarse a los formatos en línea. Me preocupaba que tres domingos seguidos sin servicios de adoración en persona obligaran a muchas de nuestras congregaciones a cerrar. ¿Cómo nos íbamos a mantener conectados? ¿Cómo iba a ser nuestra adoración? En algunas de nuestras congregaciones el acceso telefónico es la única forma de conectarse al internet, si es que hay internet.
Doy gracias a Dios por la creatividad y la resiliencia que demostraron nuestras congregaciones. Doy gracias a Dios por la dedicación y fidelidad de nuestros pastores y diáconos, quienes fueron estirados hasta el límite. Se adaptaron rápidamente para asegurarse de que el evangelio fuera proclamado, y encontraron formas ingeniosas de atender a sus comunidades. Las personas se ponían al tanto de aquellos miembros de sus congregaciones y de sus vecindarios que estaban confinados en sus hogares. Los ministerios dedicados a aliviar el hambre continuaron supliendo alimentos. Los estudios bíblicos y los círculos de oración permanecieron en la palabra. Comenzamos un Llamado COVID-19 para reforzar los ministerios al aire libre, aumentar el ancho de banda y proporcionar asistencia técnica y equipo para los servicios de adoración. La iglesia no estaba cerrada como algunos insistían. Nos habíamos mudado a otra plataforma. Sabemos que la asistencia en línea, aunque solo fuera por cinco minutos, era mayor que la asistencia en persona, y que las personas que nunca habían puesto un pie en nuestras iglesias estaban escuchando el evangelio. Todos estábamos juntos en esto. Hasta que dejamos de estarlo.
Los “trabajadores esenciales”, muchos de los cuales tenían trabajos mal pagados, no podían trabajar desde su casa. La inequidad de nuestro sistema de salud tuvo consecuencias mortales. Las comunidades de color sufrieron desproporcionadamente. La gente estaba sin trabajo. Los negocios, cerrados. Después del asesinato de George Floyd, el país llegó a un momento de ajuste de cuentas en cuanto a lo racial. Pasamos por una elección divisiva. Las mascarillas, el distanciamiento social y las vacunas se politizaron. Nos replegamos a grupos más pequeños y más estrechos de personas con ideas afines.
Después de dos años de precauciones pandémicas, los efectos del aislamiento, la ansiedad crónica, la pérdida y el dolor han pasado factura. Los estudios indican que estamos más enojados, más deprimidos y que somos menos pacientes. Todos estamos experimentando un trauma prolongado y sin precedentes. Reparar las relaciones desgastadas requiere tiempo y esfuerzo. No hay una solución rápida. Ahora se debe tener cuidado, de manera que las acciones y decisiones no nazcan única o principalmente de la reactividad. La forma en que lidiemos ahora con problemas reales y críticos tendrá consecuencias en el futuro.
“Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2 Corintios 5:17-18). Tenemos una opción: podemos conformarnos a este mundo y permanecer aislados y reactivos, o podemos vivir como la nueva creación en Cristo y ser testigos ante el mundo de la reconciliación que hemos recibido de Dios.