Dios está con nosotros
December 1, 2022A veces el mundo parece tan sólido. La realidad es intransigente e inmutable. Literalmente, lo que uno ve es lo que obtiene, y nuestra vista, nuestra percepción, es limitada. De modo que seguimos adelante con todas las obligaciones de la vida diaria: la familia, el trabajo, los impuestos y los plazos. Nuestro campo de existencia se cierra, y nuestro mundo se hace más pequeño. ¿Será esto realmente todo lo que hay?
Los especiales de Navidad han comenzado en la televisión, se tocan villancicos y canciones conocidas en las tiendas de comestibles y centros comerciales, y todos los tipos de medios de comunicación invocan la magia de la Navidad. No sé ustedes, pero para mí el resultado no es alegría constante, sino una añoranza y sensación de pérdida. Mire la guerra en una región del mundo, que está causando hambre a muchos, incluyendo a los niños, quienes no pueden hacer nada al respecto. Las pandemias de COVID-19 y el racismo y el discurso de odio hacen que nos sintamos recelosos unos de otros y nos aislemos dentro de nosotros mismos. La paz en la tierra, la buena voluntad para todos no pueden resistir los marcados límites del mundo real.
Sin embargo, en cada temporada navideña tratamos de crear perfección. Si lo hacemos todo bien —las decoraciones, las celebraciones, las tradiciones, las reuniones familiares— podemos superar los límites del mundo sólido. Este esfuerzo me deja exhausta y nostálgica. Seguramente hubo un tiempo mejor, un tiempo más simple, un tiempo más puro. E incluso, si por algún esfuerzo sobrehumano podemos crear las festividades perfectas, ¿cómo nos sentimos el 26 de diciembre?
Es algo extraño, la nostalgia. La palabra proviene del griego nostos —retorno— y algos —dolor. Un erudito definió la nostalgia de esta manera: “sufrimiento evocado por el deseo de regresar al lugar de origen”. Tenemos la historia de nuestro origen. Es el relato del huerto del Edén en Génesis, donde la humanidad vivía en armonía con la creación; un lugar de paz y abundancia en el que Dios y las criaturas de Dios caminaban juntos. Creo que de alguna manera mística existe en cada uno de nosotros el recuerdo de nuestro lugar de origen. Cuando escuchamos al profeta Isaías en Navidad, se nos reafirma que Dios restaurará ese lugar: “El lobo vivirá con el cordero, el leopardo se echará con el cabrito, y juntos andarán el ternero y el cachorro de león, y un niño pequeño los guiará” (Isaías 11:6).
No podemos lograr esto por nosotros mismos. No podemos volver atrás, ni podemos traer el Edén al presente. Y, sin embargo, hay momentos y lugares en los que el espacio entre el cielo y la tierra parece disolverse. Los celtas los llamaban “lugares angostos”. La distancia entre el cielo y la tierra se desploma. Puede que solo sea un momento o un sentimiento, pero la sensación de que estamos parados en la presencia del Santo se hace palpable.
Durante el Adviento y la Navidad, es claro el contraste entre lo que el mundo es y lo que el mundo fue creado para ser. Sabemos que algo no está bien, pero también sabemos que hay algo que está bien. Está por ahí en alguna parte. Durante esta temporada la nostalgia se vuelve más aguda y también nuestro deseo de traer el cielo a la tierra. Esto es obra de Dios, no nuestra.
La Encarnación es la obra liminal suprema de Dios. Es el Lugar Angosto donde se tocan el cielo y la tierra. Es el lazo y el lugar donde termina el sufrimiento causado por nuestro deseo de regresar a nuestro lugar de origen porque Dios ha comenzado una nueva historia en la que el cielo y la tierra se unen. “Inesperado y misterioso” describe esto: “En un encuentro momentáneo de la eternidad y el tiempo, María se enteró de que tendría tanto lo mortal como lo divino” (Evangelical Lutheran Worship, 258).
Nuestro mundo aparentemente sólido con su propia realidad y verdad da paso a la bendita incursión del cielo en la realidad. Nuestro origen, presente y futuro, son uno en Dios, y Dios está con nosotros cuando lo percibimos y, lo que es más importante, cuando no lo percibimos.
Este es el regalo de la Navidad.