Un cuerpo, un espíritu, una esperanza
August 31, 2023Mientras escribo esto, la Federación Luterana Mundial (FLM) se prepara para reunirse en Cracovia, Polonia, para su decimotercera asamblea. Delegados, observadores, invitados y personal de las 149 iglesias miembros de 99 países que representan a 77 millones de personas se reunirán para adorar, estudiar la Biblia y deliberar. Cantaremos y oraremos en cientos de idiomas; ¡un verdadero Pentecostés!
Es una reunión increíble de personas de todo el mundo: distintas culturas, geografías, cocinas, estilos de ropa, gobiernos, clima. Cuando nos reunamos en septiembre será el inicio del otoño para los que son del hemisferio norte y el comienzo de la primavera para los del hemisferio sur. Venimos de montañas, desiertos, planicies, selvas tropicales y bosques templados, y de seis continentes. Nuestros sistemas y realidades políticas son diferentes. Muchos vendrán de zonas de guerra. El cuidado de la creación no es algo teórico para aquellos que vienen de la sequía o de hogares en islas que se están hundiendo en el mar.
Imagínese la diversidad. Literalmente venimos de diferentes visiones del mundo. La homogeneidad no describe a la FLM, y tampoco es un objetivo. En cambio, entendemos que vivimos en una diversidad reconciliada; no en la uniformidad.
El tema de la asamblea, “Un cuerpo, un espíritu, una esperanza”, pareciera contradecir nuestra comprensión de unidad, no uniformidad. Viene de Efesios 4:4-6: “Hay un solo cuerpo y un solo espíritu, así como también fueron llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos”. Pero hay una diferencia entre la forma en que el mundo está organizado y entiende las cosas, y la manera en que Dios ha establecido su reino.
El mundo procura imponer la uniformidad. La “unidad” puede ser convertida en un arma para controlar a las personas y las comunidades. La “unidad” establece límites rígidos e impermeables que mantienen a algunos adentro y a otros afuera. En la economía de Dios (de la palabra griega oikos para “casa” —no el yogur), la unidad en Cristo es un regalo, es inclusiva. No solo permite la diversidad, sino que la celebra. Y es diversidad reconciliada, la cual permite la diferencia entre las personas porque somos unidos en Cristo por el bautismo. Siempre me ha intrigado que en el Pentecostés el Espíritu no revirtió la confusión de las lenguas que Dios había provocado para interrumpir la arrogancia de aquellos que trataban construir la torre de Babel. (Génesis 11:1-9). En cambio, se mantuvo la rica diversidad de idiomas, bellamente distintivos de cada cultura. Así es como entendemos “un cuerpo”.
El espíritu del mundo, particularmente en los Estados Unidos del siglo XXI, es de individualismo radical. El yo es lo primordial. Todos debemos ser personas que prosperan por su propio esfuerzo. Bueno, nadie vino a este mundo solo, otras personas participaron. Somos llamados a “probar los espíritus” (1 Juan 4:1). ¿Son espíritus de división, exclusión y opresión, o el Espíritu de unidad, inclusión y liberación?
La comprensión que tiene el mundo de la esperanza es algo concreto y alcanzable. Se nos hace creer que podemos construir nuestro propio destino, que lo que esperamos es realmente lo que necesitamos. La esperanza se basa en lo que podemos ver, en lo que sabemos. En la economía de Dios, la esperanza es un regalo del Espíritu, no generado desde adentro, sino creado cuando una promesa es dicha desde el exterior. En Hebreos leemos que “la fe es tener confianza en lo que esperamos, es tener certeza de lo que no vemos” (Hebreos 11:1). La esperanza es escatológica —la meta y el fin de la voluntad de Dios para todos nosotros y la creación— y proléptica —ya realizada en Cristo, el futuro que está presente ahora.
Pudiera parecer una insensatez que la FLM se reúna en toda su diversidad al lado de la guerra en Ucrania y a la sombra de Auschwitz-Birkenau, un antiguo campo de concentración nazi. Que nos atreveremos a vivir y dar testimonio como un solo cuerpo, un espíritu, una esperanza en un mundo empeñado en la división, ocupado en la guerra, y próximo al sitio de una de las perversidades más grandes que la humanidad ha perpetrado. Pero es ahí precisamente donde la iglesia necesita presentarse.