Testigos de lo trascendente
June 5, 2020Algo increíble sucedió en marzo. Las iglesias estaban cerradas, pero más gente acudió a la iglesia. Millones de nosotros estábamos cumpliendo con las recomendaciones de permanecer refugiados en nuestro lugar y de guardar distanciamiento físico dadas por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), y los funcionarios estatales y locales para poder detener la propagación del coronavirus. En cuestión de días nuestras vidas fueron completamente alteradas. Nuestros lugares de refugio se convirtieron en nuestras oficinas, aulas, guarderías e instalaciones recreativas. El tráfico se disipó —Estuve tentada a salir de mi casa y dar vueltas libremente en mi auto por la autopista Kennedy por el solo hecho de que se podía.
Las medidas para frenar la propagación de la enfermedad se oponen a las reuniones en persona. No íbamos a poder reunirnos en nuestros servicios de adoración. La necesidad de mantener 6 pies de distancia entre nosotros, de abstenernos del contacto físico y de usar mascarillas no propicia la adoración corporativa. Estuve en una reunión de los CDC donde se nos dijo que cantar afecta al mismo nivel que los estornudos y la tos en la propagación del virus. La adoración convencional de la iglesia en un edificio quedaba descartada.
¿Qué hicimos entonces? Encontramos formas de recibir la palabra y de cantar alabanzas a Dios. En toda nuestra iglesia, pastores y diáconos, músicos y líderes laicos crearon formas imaginativas y sanas de adorar. En todas partes hubo iglesia virtual, iglesia grabada, iglesia transmitida en vivo por internet. En algunas partes del país donde no hay suficiente Wi-Fi, las congregaciones se llamaron unos a otros por teléfono, algunos por teléfono fijo. Pastores y diáconos se mantuvieron en contacto con el pueblo, y los feligreses se llamaban unos a otros. Se comprartían los recursos de adoración para uso en el hogar. Estábamos físicamente distanciados, pero no estábamos espiritual ni socialmente aislados.
Muchas congregaciones y sitios de adoración informaron que la asistencia en línea había aumentado y, en algunos casos, había superado la participación promedio dominical en persona. La gente “asistió” a varios servicios en un día. Y sabemos que muchos de los asistentes en línea nunca entrarían a una de nuestras iglesias.
Ahora, antes de que nos entusiasmemos demasiado con esta nueva herramienta de evangelismo, tenemos que considerar los factores que pueden haber contribuido a una mayor asistencia —no había deportes, Starbucks estaba cerrado, los viajes habían sido limitados, la conveniencia. Esto no va a durar para siempre. Pero las restricciones impuestas por la pandemia han dejado claro que la gente anda en busca de esperanza, sentido en la vida y amor. El Evangelio, las buenas nuevas, la realidad del amor incondicional de Dios “[derramado… en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Romanos 5:5), es el mensaje que la gente anhela oír. Es vida para los moribundos, agua para los sedientos, comida para los hambrientos, libertad para los oprimidos. Dios ha confiado a la iglesia esta palabra, esta palabra evangélica, y nos ha encargado predicarla.
La gente se pregunta cómo irán a ser el mundo y la iglesia después del COVID. Nadie, excepto Dios, lo sabe con certeza. Nuestra experiencia con la adoración remota o a distancia nos ha enseñado al menos dos cosas: la palabra de Dios expresada en la adoración, el lamento y la alabanza, no es irrelevante. Y las personas para quienes nuestras congregaciones —el edificio y la gente— son intimidantes o desconcertantes también ansían ser parte de una comunidad que da testimonio de la vida que tenemos en Jesús.
Estoy orando por el día en que nos reunamos de nuevo. Extraño ir a la iglesia. La iglesia, incluyendo los edificios, es un lugar sagrado. Los seres humanos se sienten atraídos por los lugares donde han experimentado lo Santo. Las congregaciones —edificios y personas— son testigos de lo trascendente.
El problema comienza cuando la gente confunde el lugar sagrado con lo Sagrado. Debemos tener cuidado en que nuestras congregaciones no se conviertan en ídolos. Como tenemos evidencia concreta de que las personas que anhelan escuchar acerca de la vida, la esperanza y la gracia que viene al mundo a través de Jesús no van a entrar a nuestras iglesias, nosotros tenemos que ir a esas personas. Hemos hecho esto de manera creativa y por medio de la adoración en línea durante la pandemia. No se detengan. Cuando podamos regresar a nuestros lugares sagrados, hagamos una evaluación honesta de las maneras en que nuestras congregaciones son testigos de lo trascendente, lugares donde nos nutrimos para nuestra travesía y entonces se nos envía a servir. ¿O se han convertido estos en barreras para aquellos que buscan el amor y la libertad en Cristo que Dios les ha dado a todas las personas?