Somos invitados a guardar silencio
September 30, 2021Muy pocas veces en mi vida experimento el silencio. Está el constante ruido ambiental de la ciudad o la oficina: el tráfico, los aviones, las cortadoras de césped eléctricas, herramientas eléctricas, alertas intrusivas de las computadoras que señalan que hay nuevos correos electrónicos o mensajes de texto, los tonos de llamada de los teléfonos. Me encuentro obsesivamente conectada a las noticias, Twitter y YouTube —todos estos disponibles todo el tiempo, portátiles, y a mano en mi teléfono celular.
Y luego está el ruido que hay en mi cabeza: pensamientos acelerados, conversaciones internas, listas de compras, música. Incluso, o tal vez especialmente, cuando el mundo que me rodea está casi quieto, me doy cuenta de que yo no lo estoy.
No estoy segura de qué es lo que impulsa este ajetreo acústico y mental, pero sé que no soy la única que rara vez experimenta el silencio. Tal vez solo estamos tratando de hacer más cosas. Tal vez sea miedo a perdernos algo. Tal vez sea un hábito.
Lo que sí sé es que este ruido y estimulación constantes pueden ser agotadores y estresantes. Cuanto más ruido hay, más estruendosos nos volvemos para ser escuchados, lo que hace que haya más ruido.
En las últimas semanas nos hemos visto abrumados por desastres naturales y de origen humano. La costa oeste está ardiendo, y la costa del Golfo y la costa este se están ahogando. El gobierno afgano electo ha caído, y esa guerra de 20 años ha llegado a su fin. Seguimos atrapados en esta pandemia. Nos preocupamos por nuestros hijos que son demasiado pequeños para vacunarse. Nos preocupamos por nuestros adultos mayores que tienen comorbilidades. Nos preocupamos por nosotros mismos.
En un esfuerzo por dar a todo esto algo de sentido, procuramos recopilar más información y más datos, y esperamos que estos nos den respuestas o nos muestren una salida. No hay escasez de voces. Nos bombardean los expertos y entendidos que analizan todo, hablando y hablando y hablando. ALTO.
El profeta Elías tuvo una profunda experiencia de silencio. Andaba huyendo para salvar su vida de la ira de Jezabel. Imagino que el estrés estaba generando mucho ruido en su interior. Pero la palabra del Señor vino a Elías y le dijo: “—Sal afuera de la cueva y párate delante de mí, en la montaña. En ese momento Dios pasó por ahí…” (1 Reyes 19:11, TLA).
Y luego leemos: “y de inmediato sopló un viento fuerte que estremeció la montaña, y las piedras se hicieron pedazos. Pero Dios no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto. Pero Dios tampoco estaba en el terremoto. Después del terremoto hubo un fuego. Pero Dios tampoco estaba en el fuego. Después del fuego se oyó el ruido delicado del silencio”.
Es razonable que haya viento, terremotos y fuego cuando Dios hace su entrada. En la Escritura hay muchos casos en los que Dios es anunciado con sonido y pirotecnia. Pero la historia de 1 de Reyes siempre me ha llamado la atención. La frase que aparece en el versículo 12 muchas veces se traduce como “un suave murmullo”. Pero no fue el sonido de una voz lo que indicó que Dios estaba presente. Fue el sonido de un silencio absoluto. “Cuando Elías lo escuchó, se tapó la cara con su capa, salió y se quedó a la entrada de la cueva” (13).
Silencio.
Pasar tiempo en silencio es una disciplina espiritual. Mi director espiritual me insta a pasar 20 minutos en silencio todos los días. Puedo hacer unos cinco. El silencio no es una técnica sino una forma de estar en la presencia de Dios. Es bastante simple, pero no es fácil. El silencio absoluto nos silencia a nosotros —todas nuestras defensas y autojustificaciones. Puede ser aterrador porque en el silencio no hay nada entre el alma y la fuente de su ser. No es de extrañar que cuando Elías escuchó el sonido del silencio absoluto, cubrió su rostro con su capa. Él estaba en la presencia del Santo.
Somos invitados a guardar silencio. En las palabras del himno: “Que toda carne mortal guarde silencio, y con temor y temblor se mantenga; no mediten en nada de mente terrenal, porque con la bendición en su mano, Cristo nuestro Dios, a la tierra descendiendo viene a demandar homenaje completo” (Evangelical Lutheran Worship, 490).