Somos ciudadanos también
June 21, 2024Las ondas radiales están cargadas de discursos políticos polémicos y, sin duda, mientras más nos acerquemos a las elecciones de noviembre, más ruidosos y ásperos se tornarán. Cada parte busca tender una trampa a la otra con preguntas que no fueron diseñadas con el fin de esclarecer o que se dé un diálogo, sino para promover su propia agenda. La explicación de Martín Lutero del octavo mandamiento en el Catecismo Menor —“Debemos temer y amar a Dios de modo que no mintamos contra nuestro prójimo, ni le traicionemos, ni calumniemos, ni le difamemos, sino que le disculpemos, hablemos bien de él e interpretemos todo en el mejor sentido” [i]— es apenas visible en el espejo retrovisor.
Pero las preguntas políticas que tienden una trampa no son una invención moderna. “Entonces salieron los fariseos y tramaron cómo tenderle a Jesús una trampa con sus mismas palabras… Danos tu opinión: ¿Está permitido pagar impuestos al césar (el emperador) o no?” (Mateo 22:15-17). Sabemos la respuesta. “—Entonces —dijo Jesús—, denle al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios” (21).
Este pasaje ha sido utilizado para orientar la relación entre las instituciones del Estado y la comunidad de fe. En esta relación, la autoridad del Estado es real y respetada, pero limitada. La autoridad de Dios es reconocida como máxima y merecedora de la máxima devoción y obediencia, pero esta no requiere que nos retiremos o nos opongamos a la participación en la vida cívica y las responsabilidades que esta acarrea. Nosotros los luteranos llamamos a esto la doctrina de los dos reinos, y entendemos que la iglesia y el estado, lo espiritual y lo temporal, son ambos establecidos por Dios y ambos son parte del gobierno dual de Dios. Tanto la iglesia como el estado son buenos dones de Dios.
Los luteranos han sido acusados de quietismo congénito. Nuestra interpretación del gobierno dual de Dios e incluso la historia sobre el pago de impuestos que aparece en Mateo han sido utilizados para desalentar la participación en la vida cívica. Sin embargo, la activa participación en la vida pública ha sido parte del movimiento luterano desde sus inicios. Los luteranos no se retiran de la vida pública. De hecho, la Constitución de la ELCA nos compromete a “trabajar con las autoridades civiles en áreas de esfuerzo mutuo, manteniendo la separación institucional de la iglesia y el estado en una relación de interacción funcional”.
La activa participación en la vida pública ha sido parte del movimiento luterano desde sus inicios. Los luteranos no se retiran de la vida pública.
Llevo 51 años votando. No me viene a la mente un ciclo electoral más tenso y divisivo que este. Personas de todo el espectro político afirman que la vida tal como la conocemos está en juego. No es posible acordar que discrepamos —hay que decidir y mantenernos firmes. Existe la posibilidad de que se produzca violencia.
Pero la división y la violencia no tienen que ser nuestro futuro inevitable. El 5 de noviembre, independientemente del resultado, seguiremos aquí juntos. Nuestra iglesia, nuestra gente, nuestras congregaciones seguirán aquí y serán testigos de que unidad no quiere decir uniformidad; de que lo que nos une es la nueva vida en Cristo; de que la iglesia —y nuestro país— son más grandes que nuestra “tribu”; y de que el bautismo prueba que el agua es más espesa que la sangre.
No se trata de “estar de ambas partes”. Basados en las Escrituras y las Confesiones y forjados por medio de la oración, hay principios que son indiscutibles: el amor, la comunidad, el sacrificio por el bien común —por nombrar algunos. En cambio, somos libres y perdonados en Cristo, de modo que incluso cuando no estamos de acuerdo en convicciones profundamente arraigadas, podemos ver a la otra parte como alguien por quien Cristo murió.
Algo que pasamos por alto cuando leemos la historia de Jesús y los impuestos es lo que él revela acerca de Dios y del mundo que Dios ama tanto. Nos enfocamos en el césar. Si la imagen y la inscripción del césar aparecen grabadas en una moneda de metal común, una imagen grabada y literalmente creada por el hombre, ¿dónde se encuentra la imagen de Dios? Las criaturas humanas, los seres vivos que Dios creó a su propia imagen y en quienes Dios sopló el aliento de vida, son portadores de la imagen de Dios en el mundo.
Querida iglesia, nuestra ciudadanía, al final de cuentas, está en el cielo. Pero también somos ciudadanos de este país, de esta unión defectuosa, díscola, desigual e imperfecta. En la historia política de los Estados Unidos, la gente ha anhelado y dado su vida por aquello que esperaba: una vida democrática en pro del florecimiento de todos. Una de las formas en que servimos a nuestro prójimo es participando en la vida cívica. ¿Podemos ver el día de las elecciones como un evento unificador en el que todo el país acude a las urnas?
Votemos.
[i] El Catecismo Menor, Editorial Concordia Publishing House, 1989.