Alegría real y duradera

December 12, 2024

“En esa misma región había unos pastores que pasaban la noche en el campo, turnándose para cuidar su rebaño. Sucedió que un ángel del Señor se les apareció. La gloria del Señor los envolvió en su luz y se llenaron de temor”. (Lucas 2:8-9).

La noche. Tiempo liminal. Tiempo en el que Dios les envía mensajes y mensajeros a los mortales. Tiempo en el que están activos los depredadores nocturnos. Tiempo en el que, mientras el mundo duerme, los que velan deben estar más vigilantes.

Y aquí están estos pastores. Con excepción de María y José, ellos fueron los primeros que se enteraron de que Jesús había nacido. Los pastores tienen un lugar destacado en las Escrituras como metáforas de los líderes fieles, buenos reyes, compasivos y valientes. David era un pastorcillo que había sido llamado al servicio de Dios. Jesús mismo declaró que él es el Buen Pastor. Pero en realidad, el pastoreo era un trabajo difícil y peligroso, y los pastores no eran considerados parte de la élite de la sociedad. Los pastores eran personas excluidas, que vivían fuera de la ciudad y eran consideradas un poco sospechosas. ¿Por qué se les anunciaría a ellos la noticia del nacimiento del rey?

¿Y Belén? El profeta Miqueas había dicho que Belén era “pequeña entre los clanes de Judá” (Miqueas 5:2). Incluso hoy, Belén no sería contada entre las grandes ciudades del mundo. En 1950, los cristianos constituían el 86% de la población. Ahora están por debajo del 10%. La economía de la ciudad se basa en el turismo, el cual ha sido diezmado por el conflicto actual. Belén está en la Cisjordania ocupada, en una zona de guerra.


En la eucaristía, Cristo nos invade con la alegría de Dios. En este regalo somos íntimamente conectados con la fuente de alegría y gracia.


Fue a estos pastores aterrorizados, que literalmente estaban sentados en la oscuridad fuera de Belén, oscura ciudad en una provincia que estaba ocupada por el Imperio Romano, que Dios decidió revelarles el nacimiento del Mesías. ¿Qué es lo que pensaba Dios? ¿Por qué no en Jerusalén? ¿Por qué no en el palacio de Herodes? ¿Por qué no en Roma, donde el emperador afirmaba ser soter, “salvador”?

¿Qué les parece hoy en día a las personas que viven en lugares oscuros, lejos de los centros de poder, en circunstancias indescriptiblemente difíciles, el anuncio de los ángeles del nacimiento del Mesías? ¿A los que viven en Gaza y en Ucrania, en Sudán, en las casas de los inmigrantes en este país que temen ser deportados? ¿A los niños hambrientos aquí y en todo el mundo? ¿Cómo nos atrevemos a desearles “Feliz Navidad”?

“Pero el ángel dijo: ‘No tengan miedo. Miren que traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor’” (Lucas 2:10-11). Alegría. No la felicidad que es transitoria y causada por el hombre, sino la alegría, dada por Dios, que es profunda, fuerte e inquebrantable.

La alegría es un signo del reino de Dios. La raíz de la palabra “alegría” en griego es la misma que la de “gracia”. “Regalo” también proviene de la misma raíz que “gracias”. Todo esto apunta a la naturaleza de la alegría verdadera. Es un regalo. Es gracia. Es acción de gracias. Nuestra palabra “eucaristía”, otra forma de decir Santa Comunión une todo esto en el sacramento en el cual el cuerpo de Jesús es partido por nosotros y la sangre de Jesús es derramada por nosotros. En la eucaristía, Cristo nos invade con la alegría de Dios. En este regalo somos íntimamente conectados con la fuente de alegría y gracia.

Tal vez por eso, en medio de la noche, fue a unos pastores aterrorizados que estaban en las afueras de un pequeño pueblo, que Dios decidió enviarles a los ángeles para anunciar el nacimiento de Jesús. Sin distracciones. Sin interferencias. Solamente el regalo sencillo, profundo, insondable de la alegría real y duradera. Una alegría que viene de Dios, de la esencia de Dios, que depende solamente de Dios, y que ningún poder terrenal puede quitar.

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